Amigos invisibles,
Ya que estoy en mi reino, así no sea temáticamente coherente, hoy quiero hablar de fútbol.
Es un poco tonta mi afición (que raya en fanatismo religioso) por este deporte, ya que paradójicamente incluye elementos de poca comunión con mi persona. Para comenzar, es un deporte que reta uno de los avances somáticos más importantes de la evolución humana. Entiéndase esto al decir que los pulgares opuestos tienen una relevancia extrema en la capacidad del ser humano de desarrollarse civilizadamente ante las demás especies animales. Recoger un arma, o digámoslo correctamente, fabricar y empuñar un arma requieren de esos retacos bipartitos que frecuentemente encontramos en las bocas de esos homo sapiens que aún no saben mucho y que sueltan unas carcajaditas que hacen que todos en la habitación sonrían de ternura. Así, el fútbol, (y les juro que no quiero verlo así, pero qué hacer ante esta obligación de escribir) viene a representar una lucha desproporcionada (10 pares vs. 1 par) de las extremidades poderosas, las que soportan el peso de la humanidad entera, las sensuales, las que pisan y maltratan los caminos vírgenes, las que usábamos para desandar cuando no soportamos nuestra existencia, contra esos deditos frágiles, los pocos agraciados, los "gordos", los que permitieron al hombre forjar las ruedas y tomar a una mujer por el cuello y besarla como en los mejores films de Tinsel Town.
Al final del día, lo animal siempre prevalece y el fútbol es un juego exageradamente hormonal. La unión de trabajo en equipo con logros individuales también representa otro lado evolutivo humano, bastante más civilizacional que antropológico.
Obviamente, ya es tarde, estoy hablando paja y ando enfiebrado de nuevo porque tenía poco más de una década sin jugar. Cuando entro al campo me sube la adrenalina. Pienso en mis compañeros. En las jugadas individuales. En la gloria por alcanzar. En los pulgares del portero contrario.
Friday, January 28, 2005
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