Amigos invisibles,
Siempre me ha sido díficil entender por qué yo, una persona que no goza de una disciplina helvética (ni tampoco tan suramericana), me siento tan atraído a los relojes. Haciendo un poco de memoria, mi primer reloj fue un Swatch de plástico transparente, con rayado de tránsito blanco, de dial abierto (digamos que fue un blanco sobre blanco), año 1986. A mis 10 años, era toda una joya. Era la época de oro de Swatch en Maturín (imagínense la importancia) y mi reloj (y juro no exagerar) era el mejor del pueblo. Pronto, comencé a recibir ofertas de compra de todos mis amigos, compañeros de colegio y del primo de mi mejor amigo, quien finalmente me convenció de venderle ese reloj que saqué tantas veces de su caja de navidad para acariciarlo que su fragancia quedó grabada en mi memoria. Con el (poco) dinero de la (mala) venta de ese primer reloj compré otro Swatch, azul, año 1985, un poco más coloreado que el primero, quizás con la única mejora de contar con fecha y no ser blanco, lo cual, a esa edad, era un fastidio. A los pocos días, no me gustó el segundo reloj y me vi obligado a buscar uno mejor que el original que había vendido. Así que me dediqué a buscar uno que fuese lo más nuevo posible (ya se hablaba de la salida de algunos 1987) hasta conseguirlo. Finalmente lo conseguí (podía ser el primer Swatch de correa de cuero de mi grupo de amigos), vendí el que tenía y después de jalar bastante para poder completar, hallé mi paz mental. Esta, jugando con mi primer regalo adulto, había sido mi primera transacción comercial y la consolidación de mi fascinación por los relojes.
Quizás por eso, no se convierte en casualidad que en reciente visita a mi tío Julio, botánico y gran cultivador de bonsais, mientras él regaba su patio selectivamente arborizado, me haya esbozado la influencia de las fases lunares en el crecimiento de cada árbol, sobre todo si es un crecimiento controlado como el de los miniatura. La hora a la que se deben regar (preferiblemente antes de la salida y después de la puesta del sol), los días del mes que se deben podar (la luna llena atrae a los cuerpos con agua) y otra serie de factores eran no sólo sabiduría popular, sino que tenían basamientos astronómicos importantes. A partir de allí, no sólo descubrí una nueva fascinación sobre el efecto gravitacional de los astros en la vida diaria, sino que comencé a fascinarme con lo pequeño que somos en toda esta ecuación. Quizás es un poco arriegado mi comentario, pero la dinámica astronómica, tomando un caso especial como el de la luna, puede llegar a entenderse como una ósmosis energética retrocargable. De allí, no es menos que entendible que desde que el hombre es lo que hoy conocemos, haya intentado descifrar, comprender y acercar ese mundo lejano, y que nuestros grandes hombres, de Hiparco a Stephen Hawking, vivan (aún después de su muerte) en una realidad paralela, dependientes del correr de los segundos para poder confirmar sus teorías.
Lo bello de todo esto ha sido descubrir que los primeros relojeros fueron hombres que descendían directamente de la necesidad de organizar el cosmos y de entender los movimientos cíclicos del universo. Así, la relación que ha habido en la evolución civilizacional entre la astronomía y la relojería es tan estrecha que todos llevamos ingenuamente una fracción del cosmos en la muñeca sin conciencia de su trascendencia.
Hoy les cuento todo esto porque (y aclaro que mi esposa me mataría si creyera que lo que digo es cierto) ando loco por un par de relojes (1, 2) que comprometerían mi capacidad de comprar una casa (ambos son piezas con un espíritu primigenio a pesar de su sofisticación). Y también se los cuento porque me causó gracia que mi relojero llamara "adorno" al contador de las fases lunares de mi reloj.
Tuesday, May 10, 2005
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1 comment:
Socio espero que nos vaya muy bien en nuestros proyectos para poder regalarte esa belleza de reloj ... curiosamente yo detesto tener que ponerme un reloj.
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